

La superpoblación del planeta es un gran problema. Más de 8 mil millones de personas vivimos en el Mundo sometiendo a nuestro entorno a un stress que supone un peligro para los equilibrios naturales. El crecimiento poblacional ejerce una presión insostenible sobre los recursos naturales, como el agua, el suelo, los bosques, las materias primas, los espacios naturales, la biodiversidad, etc.. La sobreexplotación de estos recursos conduce a su agotamiento y degradación, comprometiendo la capacidad del planeta para satisfacer las necesidades presentes y futuras de la humanidad.
A medida que la población mundial aumenta, la demanda de alimentos también crece. Sin embargo, la producción agrícola no siempre puede mantenerse al ritmo del crecimiento demográfico, lo que lleva al aumento de los precios y en ocasiones a la escasez de alimentos y a la inseguridad alimentaria en diversas regiones del mundo, aunque esto se suele producir también por los fenómenos especulativos de unas pocas empresas multinacionales que priorizan su codicia por beneficios económicos frente a la seguridad alimentaria de la población desposeída
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La expansión de las áreas urbanas y agrícolas, así como la sobreexplotación de los ecosistemas, resultan en la pérdida de biodiversidad y en la degradación de los hábitats naturales. La pérdida de fauna y flora silvestres con consecuencias para la estabilidad de los ecosistemas no es solo un problema en si mismo, también lo es si lo enfocamos desde el egoísmo humano porque estos ecosistemas nos proporcionan servicios y recursos que los perdemos.
El aumento de la población conlleva un mayor consumo de energía y recursos, lo que a su vez genera mayores emisiones de gases de efecto invernadero y contribuye al cambio climático. El crecimiento poblacional juega en contra de las políticas climáticas y es una amenaza para la estabilidad del Clima.
La falta de acceso a servicios básicos para amplios segmentos de la población y la degradación de la calidad de vida en áreas urbanas densamente pobladas es otra de las consecuencias negativas del crecimiento demográfico ya que se ejerce cada vez más presión sobre la infraestructura urbana, como viviendas, transporte, agua potable, saneamiento, servicios de salud y educación, etc que deben de disponer de cada vez más recursos económicos para mantener la calidad del servicio.
Los defensores del crecimiento poblacional argumentan sobre los efectos positivos que éste tiene sobre el crecimiento del PIB. Sin embargo, se les escapa que si se reduce la población también puede crecer la renta per cápita, de hecho eso ha ocurrido y es preferible que así sea. Por otra parte parece más adecuado que suba el Indice de Desarrollo Humano (IDH) antes que la propia renta per cápita porque es un indicador mucho más fiable de la mejora socio-económica de la mayoría de la población que el PIB o la renta per capita. Si además la experiencia de los últimos años demuestra que hay un desacople en algunos países entre el crecimiento per cápita y el crecimiento de la población porque el primero es más rápido que el segundo nos lleva a la conclusión de que no parece necesario que la población crezca para que las cosas nos vayan mejor. Más al contrario, nos irá mejor con menos población.
Además, en una situación en la que la población decrece y el PIB también decrece no debería suponer un problema para la mejora de la calidad de vida de las personas porque puede redistribuir la riqueza y las mejoras tecnológicas nos facilitan unos ingresos para mantener una vida digna y con las necesidades cubiertas además de unas perspectivas futuras de seguridad garantizadas.
El decrecimiento económico es una propuesta necesaria sobre todo cuando la población también decrece. Los problemas que señalamos más arriba disminuirán su incidencia y nuestras capacidades tecnologías nos permitirán planificar una economía con los suficientes recursos, incluso abundantes sin que eso suponga una presión suicida sobre nuestro Planeta y sus ecosistemas necesarios para la vida
Y parece que la población mundial también desea ese freno y disminución del número de seres humanos que habitan. La tasa de crecimiento de la población humana ha disminuido en las últimas décadas y sobre todo la tasa de fecundidad tiene una tendencia a la baja y cada vez son más los países que no alcanzan una fecundidad del 2,1 hijos por cada mujer en edad de reproducción (que es el límite que se establece para la reposición de la población). Diversos informes muestran que para el año 2100 más del 97% de los países tendrán tasas de fertilidad inferiores a lo necesario para mantener el tamaño de la población a lo largo del tiempo. Estos mismos informes señalan diversas fechas que marcan el cambio de ciclo hacía una disminución de la población. Algunos señalan el 2050, otros el 2100 e incluso los más atrevidos señalan una fecha tan cercana como el 2030, avisando de un poco argumentado panorama con múltiples problemas y desgracias.
Contra esa visión catastrofista de la teoría del “invierno demográfico«, la reducción en la mayoría de los países del mundo de las tasas de fecundidad, no es un dato negativo. Lo sería si continuáramos con las tasas de crecimiento del último siglo, cuando cada pocos años se doblaba la población mundial. El Planeta no lo podría soportar, sobre todo si tenemos en cuenta además que a medida que aumenta el desarrollo también lo hace la esperanza de vida y además cada vez más personas se incorporan a una vida más acomodada y con más capacidad de compra y por tanto de presión sobre los recursos.
La necesidad de frenar y eventualmente reducir la población humana requiere de actuaciones desde los poderes públicos que son en sí mismos políticas sociales demandas por la inmensa mayoría de la gente: acceso a la educación, la planificación familiar, el empoderamiento de las mujeres, el acceso universal a métodos anticonceptivos y servicios de salud reproductiva, la reducción de la pobreza y la desigualdad, y la implementación de políticas públicas que fomenten la sostenibilidad y el equilibrio entre la población y los recursos disponibles, etc. Todas estas políticas públicas han estado ligados a los países que han ido reduciendo su población originaria (sin contabilizar los flujos migratorios que les hayan podido llegar). Además según nos han demostrado la evolución de la población en muchos países estas políticas son tanto causas como consecuencias del control del crecimiento poblacional.
Así ocurrió hace ya algunas décadas en los países más desarrollados de Europa Occidental, Norteamérica y Australia y Nueva Zelanda. Posteriormente el desarrollo humano se ha ido extendiendo a numerosos países asiáticos con especial incidencia en China, más recientemente a otros de América Latina. En todos estos procesos, cuando se alcanza un determinado nivel de desarrollo la población empieza a estancarse y decrecen las tasas de fecundidad. En los próximos lustros esperamos ver en África este fenómeno de aumento de la calidad de vida asociado a políticas públicas de un Estado más protector y de Bienestar y consecuentemente de freno e incluso disminución de la población