

La guerra ha sido desde antes del nacimiento de la Humanidad una perversa práctica en el comportamiento humano. La guerra es llevar a la máxima expresión la resolución del conflicto a través de la violencia que permita el asesinato del disidente o su anulción como oposición a lo que el otro desea hacer o pensar.
Aunque hay millones de declaraciones, afirmaciones condenando a la Guerra, si desde un enfoque ético y lógico se analiza el mundo actual no se alcanza a entender que todavía existan tantas justificaciones a uno de los peores inventos que la Humanidad ha generado, probablemente el peor de ellos.
Escuchar o ver en cualquier medio de comunicación noticias sobre cualquier guerra suele tener un cariz de justificación. Normalmente los medios de comunicación informan en la defensa de uno de los bandos, sutilmente (o no) se posicionan con los que ellos consideran los buenos, de tal forma que magnifica los asesinatos y horrores de su enemigo y silencia los perpetrados por el bando amigo. Los “éxitos” (en la guerra el éxito es haber asesinado a muchos seres humanos y destruido infraestructura, medio natural, patrimonios culturales, viviendas, etc) del amigo se aplauden escondiendo el precio del “avance militar”. Los éxitos de los enemigos se minimizan en cuanto a las consecuencias territoriales y políticas y ensalzan los asesinatos y destrucción que ha supuesto.
Un disparate. Por desgracia, un disparate con el que coinciden miles o millones de personas que desde los cómodos sillones de sus viviendas muy alejadas del conflicto bélico.
El viejo concepto de «guerra justa» que durante siglos fue utilizado para valorar una intervención armada de un país invasor o imperialista es falso. No hay guerras justas, sólo asesinatos de unos seres humanos sobre otros.
Las guerras actuales tienen efectos devastadores: muere población civil (que casi siempre desconoce el porqué y para que se produce la guerra) y muere población militar (son jóvenes obligados a matar a otros jóvenes que ni siquiera conocen), miles de personas quedarán con lesiones de por vida, se colapsará el sistema sanitario, se miente en los medios de comunicación, se esconden imágenes de ese sinsentido, se repiten machacona y tendenciosamente los supuestos motivos que sostiene la intervención armada, se producen detenciones de personas ubicadas en razón de su apellido, su religión o nacionalidad, que son tratados como «no-personas» y despojados de todos sus derechos fundamentales, se destruye el patrimonio de las personas, el hábitat natural, se hunde la economía, etc. La guerra es un mal absoluto.
Es falso que las guerras puedan ser «humanitarias» o «éticas». Asesinar para evitar que se asesine no parece que está dentro de la lógica más elemental. Que unos seres humanos usen armas para matar a otros seres humanos que no conocen por un bien superior es ridículo. Y ridículos son esos bienes superiores (la bandera, la patria, mi dios que es mejor que el tuyo, el petróleo, el territorio, la venganza, etc). Cualquier persona que se detiene a reflexionar sobre esto, debería de llegar a esa misma conclusión.
La absoluta contradicción entre guerra y derecho es otra evidencia que apenas se pone en valor. La guerra es la negación del derecho y de los derechos, ante todo del derecho a la vida. La irracionalidad y la inhumanidad detrás de la guerra y el asesinato, el sufrimiento y la injusticia que inevitablemente genera solo nos puede llevar a exigir que se produzca una prohibición universal de toda guerra. Las constituciones y leyes de todos los países del mundo deberían prohibir la guerra.
Una ONG norteamericana con presencia en varios países del mundo, World Beyond War , así lo cree. Y estamos de acuerdo con ellos. Ojalá que cada vez seamos más los que nos sumemos a proclamar esta obviedad.
A menudo esta base ideológica del pacifismo (paremos todas las guerras) se le acusa de naif o inocente ignorante que desconoce las complejas relaciones de la geopolítica. Pero no es así. El pacifismo va ganando la “guerra” contra las guerras. En el siglo XXI han habido menos guerras que en el Siglo XX en el que se produjeron las únicas dos guerras mundiales que ha padecido la Humanidad. Y aunque pueda parecer anti intuitivo, el siglo XX fue más pacífico que siglos precedentes. En la Antigüedad o en la Edad Media la guerra era un aspecto de la rutina de casi todos los seres humanos. El porcentaje de seres humanos asesinados por otros seres humanos no ha hecho más que descender desde el inicio de la historia hasta nuestros días, al mismo tiempo que el diálogo, la negociación, la resolución de los conflictos de forma pacífica, la imposición y aceptación del derecho como un recurso contra la violencia, la generalización de los derechos humanos como concepción ideológica de la inmensa mayoría ha ido ganando cada vez más terreno. Es un avance que no es lineal, que en el camino ha encontrado retrocesos (como lo fueron las dos guerras mundiales) pero que en el saldo final ha supuesto avances y victorias de los que creemos en el triunfo de la razón sobre la fuerza.
Claro que la Humanidad posee un poder tan destructivo que podría suponer el final de la propia Humanidad asesinada y suicidada por su propia estupidez. Claro que la creciente inversión en armamento no es más que una noticia que contradice las anteriores buenas noticias, pero este armamento no se usa en su inmensa mayoría, tiene solo un objetivo disuasorio. Es otra de las estupideces que genera la cultura de la guerra: invertir muchos miles de millones en “bienes” (el armamento) que se aspira y desea no usar nunca. ¡Qué disparate!
Por eso, solo desde la expresión de posiciones firmemente pacifistas, contrarias a la guerra, a cualquier guerra, se puede ganar la próxima “batalla”: reducir y eliminar el armamento militar. La “guerra” contra las guerras se libra en el terreno de las ideas, de la batalla cultural, de la radical combate contra las tendencias bélicas y de justificación de este disparate que aún anidan en los cerebros de los seres humanos (en unos mucho más que otros).