

La globalización ha permitido a las grandes empresas multinacionales de farmacia maximizar sus beneficios. Compran las materias primas en los países donde son más baratas (países en vías de desarrollo), instalan sus fábricas en donde las condiciones laborales son peores para los trabajadores y venden sus productos, fundamentalmente, en los países donde la población tiene mayor poder adquisitivo y los servicios de salud están más desarrollados es decir en los países del Norte Global, de donde ellas proceden. .
La industria farmacéutica, encargada de la producción y comercialización de medicamentos, es uno de los sectores económicos más importantes del mundo por el volumen de facturación y por su importancia estratégica. El mercado farmacéutico supera las ganancias por ventas de armas o las telecomunicaciones.
Es un sector oligopólico porque muy pocas empresas controlan más de la mitad del mercado mundial. El mercado farmacéutico está dominado por grandes empresas de los países industrializados. Un reducido grupo de países (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) dominan la casi totalidad de la producción, investigación y comercialización de los fármacos en el mundo.
La capacidad competitiva de estas empresas se basa en la investigación y desarrollo (I +D), en la apropiación de las ganancias mediante el sistema de patentes y en el control de las cadenas de comercialización de los medicamentos. Si bien cada vez más su I+D la externalizan en pequeñas start up de investigadores que son los que arriesgan su patrimonio o en universidades públicas. Cuando uno de estos centros de investigación logran medicamentos que superan todas las fases de prueba, eficacia y control de calidad, entonces las grandes empresas compran o adquieren las patentes para lograr el máximo beneficio al mínimo coste.
Estas empresas buscan conseguir fabulosas ganancias, recurriendo a estrategias muchas veces cuestionables que gracias a su poder suelen gozar de una gran impunidad, aplastando a competidores menores y presionando a los gobiernos.
Los precios que fijan son muy elevados lo que los hacen inaccesibles a una gran parte de la población mundial, mientras que algunos de sus productos dañan la salud de los enfermos, por ejemplo promoviendo la comercialización de medicamentos que controlan pero que no curan la enfermedad (para que perder clientes? Un paciente curado es un cliente menos).
La colaboración de las multinacionales farmacéuticas con la industria química, las universidades, y su apuesta en el I+D han ayudado al crecimiento económico y al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Pero su poder oligopólico está poniendo en riesgo la sostenibilidad de los sistemas sanitarios públicos y el acceso a los medicamentos a gran parte de la población.
En definitiva, fuerzan las legislaciones nacionales e internacionales para favorecer sus intereses, aunque sea a costa de la salud y la vida de millones de personas.
Frente a este estado de la cuestión sólo cabe la reducción de su poder en favor de los intereses de los pacientes, de la mayoría de la población. Y en este sentido la mejor de la propuesta sería la liberalización de las patentes para permitir la fabricación de los principios activos por parte de todas las empresas químicas del sector sin necesidad de esperar a que pasen años que se establece en la legislación de las normas mundiales para que la patente se libere.
Curiosamente la opción más favorecedora sería aplicar las leyes del mercado, que no haya regulación. Precisamente lo que las fuerzas liberal conservadoras defienden, pero que realmente lo único que defienden son los intereses de las grandes empresas. En estos casos, ellos (empresas farmacéuticas y fuerzas políticas e ideológicas de derecha) prefieren una intervención de los reguladores estatales (más bien de las instancias planetarias, como la Organización Mundial del Comercio, que es el organismo encargado de la regulación de las patentes). Cuando a las élites económicas no les viene bien promover el libre comercio y competencia, entonces inventan excusas. Se escudan en la protección de los derechos de propiedad intelectual, cuando en muchos casos, ni siquiera las empresas farmacéuticas han sido las generadoras “intelectuales” de ese medicamento